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Llevamos innovando desde que un simio afiló una piedra y descubrió que podía cazar mejor que con las manos. Después vino el fuego, el hierro, la rueda, la imprenta, el motor de vapor, la electricidad, la informática… y ahora, la inteligencia artificial.
Cada revolución tecnológica ha destruido empleos y ha creado otros nuevos. Lo sabemos. Lo repetimos como si fuera un mantra tranquilizador. Pero esta vez es distinto, porque esta vez la revolución ha entrado en la cabeza.
La inteligencia artificial no solo reemplaza manos, reemplaza cerebros. Y lo hace con una eficacia, velocidad y versatilidad que ninguna revolución anterior había conseguido. ¿Abogados? Ya. ¿Traductores? Ayer. ¿Consultores? Por favor. ¿Programadores? Están temblando. ¿Médicos? En la cola. ¿Camioneros, teleoperadores, cajeros, administrativos, community managers? Reservando su cita con el desempleo.
Y no es ciencia ficción. Es esta semana, es hoy. Verás, llevo 15 trabajando en la IA —no ‘con’ la IA, que también, si no ‘en’ la IA, vamos que de esto entiendo un poco—, y aún así cada semana me asombro de la velocidad que lleva esto. Cuando digo que esto es para ‘ya’ lo digo con conocimiento de causa. Lo veo a diario, y lo que está por venir a corto plazo es arrollador.
La diferencia con otras revoluciones es que no hay una barrera clara entre lo que se puede automatizar y lo que no. Antes, el obrero manual tenía que temer a la máquina. Ahora, es el trabajador cognitivo el que tiene que temer al algoritmo.
Acabo de leer la siguiente noticia en el periódico El Mundo: “China revoluciona su ejército con la llegada del primer comandante de inteligencia artificial del mundo que supera a los humanos”. Vale, hay que leer la letra pequeña, pero esto llegará, y llegará a todas las escalas laborales. Curiosamente, como me decía hace poco un amigo médico muy preocupado por estos temas, la IA afectará más a su profesión que a la de enfermería, por eso de la cercanía y el trato de humano a humano… aunque nunca se sabe…
¿Y qué hacen los políticos ante esto? Nada. Ni lo entienden, ni lo discuten, ni lo planean. Siguen ocupados en su guerra cultural de cartón piedra, regulando pronombres, prohibiendo pajitas de plástico y abriendo nuevos observatorios de igualdad para, por ejemplo, proteger a las gallinas del abuso por parte de los gallos (sic). Mientras tanto, millones de empleos se vuelven obsoletos a una velocidad que el sistema educativo ni huele.
Porque claro, se crearán nuevos empleos: Desarrollador de prompts, curador de contenido sintético, técnico de ética algorítmica, editor de ADN digital… Vale, muy bien. ¿Pero qué formación tienen hoy los trabajadores que se verán desplazados? ¿Podemos convertir a un conductor de camión, a un taxista, a un teleoperador en un experto en IA generativa? ¿Vamos a reconvertir a un administrativo de 52 años en analista de modelos de lenguaje? ¿Alguien ha pensado un solo minuto en esto? No, porque pensar a largo plazo no da votos y los planes estratégicos no caben en un tuit.
Mientras tanto, el sistema educativo sigue atrapado en el siglo XX, formando empleados para empresas que ya no existen, reforzando memorias en lugar de competencias y repitiendo estructuras rígidas en un mundo líquido y plagado de incertidumbre.
Por supuesto, esto no es una crítica al progreso, es una crítica al inmovilismo suicida. La IA no es el problema, el problema es un sistema político que solo se mueve cuando se hunde. Bueno, eso y la apatía generalizada de una sociedad adormecida.
Y cuando todo esto explote —porque va a explotar— nos dirán que no se podía saber. Nos venderán una renta básica para calmar a los excluidos, y nos propondrán más regulaciones, más subsidios, más parches… pagados, claro, por los pocos que aún trabajen.
El futuro no es una hipótesis, es un tsunami que ya está aquí. Y mientras la ola crece, los que mandan están ocupados en debates estéticos sobre sostenibilidad inclusiva. Una sociedad que no entiende la tecnología que la transforma, acaba esclavizada por ella. Y una clase política que no sabe de lo que habla, nos condena a pagar la factura de su ignorancia.
Así que sí: la IA te quitará el trabajo. Y lo hará con precisión, asúmelo. Lo que hay que preguntarse es: ¿qué estas haciendo tú para prepararte? y ¿quién está haciendo algo para ayudarte a hacerlo? Spoiler: nada ni nadie.